martes, 16 de junio de 2015

La batería de Viet Cong retumba dentro de mi cabeza. Sus baquetas solo encuentran restos derrumbados de experiencias rotas. Olvidadas, cubiertas con una fina capa de polvo. Y de polvos. Puntas abiertas de neuronas que delatan el descuido por parte de su(s) dueño(s). Trabajo, más trabajo, cerveza. Música entre trayectos infernales rodeada de personas que no son capaces de intercambiar sus montañas rusas personales, una sonrisa, pocas palabras.

El silencio aterrador nos come, nos consume hasta tener que escribir en estas breves líneas lo que nos ocurre. No nos atrevemos a golpear tras recibir millones de golpes, no nos atrevemos a ver tras atraer millones de miradas por vestir diferente, pensar diferente, vivir diferente. ¿Por qué continúa dándonos miedo? Prefiero mirarte en filtros de colores otoñales que no la propia realidad. Dejemos las cosas claras (por Whatsapp). Te miro a los ojos a través de una foto en Instagram. Tu voz me eriza la piel cuando la oigo a través del teléfono. Y tus besos, inexistentes, me producen calor y temblor cuando me los envías dentro de frascos mientras escucho el himno de tu cuerpo. Histeria, crueldad, frialdad, retención de emociones por no pasar la frontera burocrática de la normalidad.


Vapor. Tus palabras se quedaron en pura niebla. Poca claridad, viajes producidos en la séptima constelación de lunares de tu espalda. Jugar a ser alguien cuando todos saben que no somos nadie. Poesía retirada de las estanterías de tu cabeza y vomitada en versos sin sentido, ladrados de madrugada. Y qué bonito, y que bien, y que no. Que nos asusta, que nos gusta y que a la vez, sentimos el placer de la decepción, del estar mal. Y yo que no me creía la teoría del bienestar maligno, que era imposible. Existe, lo experimentamos. No a la revolución de la emoción, por favor. Que con nuestros trabajos de mierda, nuestra rutina y nuestras risas falsas pueden desmoronarse nuestra no-vida con su latente falta de seguridad. Y pensaste en renunciar. Y yo no. Y lo hiciste. Y yo sigo pensando que aún no, que aún se puede, que podemos, que debemos y que queremos. Y tú ni quieres, ni por supuesto debes. Y quizá quieres. Y ahora toco música, canto, fotografío el tiempo, escribo cartas sin remitente y pienso en un pasado inexistente. Ni ventanas, ni cortinas, ni privacidad. Ahora quizá soy un poco más quien quiero ser, y quien tú llevas tiempo dejando de reconocer.