La batería de Viet Cong retumba dentro de mi cabeza. Sus
baquetas solo encuentran restos derrumbados de experiencias rotas. Olvidadas,
cubiertas con una fina capa de polvo. Y de polvos. Puntas abiertas de neuronas
que delatan el descuido por parte de su(s) dueño(s). Trabajo, más trabajo,
cerveza. Música entre trayectos infernales rodeada de personas que no son
capaces de intercambiar sus montañas rusas personales, una sonrisa, pocas
palabras.
El silencio aterrador nos come, nos consume hasta tener que
escribir en estas breves líneas lo que nos ocurre. No nos atrevemos a golpear
tras recibir millones de golpes, no nos atrevemos a ver tras atraer millones de
miradas por vestir diferente, pensar diferente, vivir diferente. ¿Por qué
continúa dándonos miedo? Prefiero mirarte en filtros de colores otoñales que no
la propia realidad. Dejemos las cosas claras (por Whatsapp). Te miro a los ojos
a través de una foto en Instagram. Tu voz me eriza la piel cuando la oigo a
través del teléfono. Y tus besos, inexistentes, me producen calor y temblor
cuando me los envías dentro de frascos mientras escucho el himno de tu cuerpo.
Histeria, crueldad, frialdad, retención de emociones por no pasar la frontera
burocrática de la normalidad.
Vapor. Tus palabras se quedaron en pura niebla. Poca
claridad, viajes producidos en la séptima constelación de lunares de tu
espalda. Jugar a ser alguien cuando todos saben que no somos nadie. Poesía
retirada de las estanterías de tu cabeza y vomitada en versos sin sentido,
ladrados de madrugada. Y qué bonito, y que bien, y que no. Que nos asusta, que
nos gusta y que a la vez, sentimos el placer de la decepción, del estar mal. Y
yo que no me creía la teoría del bienestar maligno, que era imposible. Existe,
lo experimentamos. No a la revolución de la emoción, por favor. Que con
nuestros trabajos de mierda, nuestra rutina y nuestras risas falsas pueden
desmoronarse nuestra no-vida con su latente falta de seguridad. Y pensaste en
renunciar. Y yo no. Y lo hiciste. Y yo sigo pensando que aún no, que aún se
puede, que podemos, que debemos y que queremos. Y tú ni quieres, ni por
supuesto debes. Y quizá quieres. Y ahora toco música, canto, fotografío el
tiempo, escribo cartas sin remitente y pienso en un pasado inexistente. Ni
ventanas, ni cortinas, ni privacidad. Ahora quizá soy un poco más quien quiero
ser, y quien tú llevas tiempo dejando de reconocer.