Te conocía desde los diez años. En aquel tiempo eras un chico tímido, pasota y, a la vez, rebelde. Nunca me fijé en ti. Y pensé que nunca lo haría.
Miento. De hecho, una vez me sorprendiste. Una vez tuvimos una conversación de la que salí enormemente sorprendida de lo encantador que podías llegar a ser.
Y ahora nos encontrábamos en ese mar de personas, en un mar de emociones, en una niebla musical. En aquel éxtasis continuado de una noche de estrellas azules. En un pequeño concierto en el cual volvimos a creer en la magia del color azul. En concreto, de dos pequeños faros que llevaban guiando mi camino desde que aprendí a vivir gracias a ti.
Fue un jueves por la noche en el que Russian Red hizo que nos volviéramos a reunir después de tantos años. Yo acababa de salir de una relación de lo más rara que puede existir. Y, de repente, te vi con tu pelo que no dejaba ver tus encantadores ojos. Hacía unos meses que había empezado a pensar en ti. En concreto, desde que nos cruzamos por la calle el verano pasado (véase el texto que empieza “El típic dia d’estiu. Feia calor…”).
Nos acercamos lentamente el uno al otro mientras nuestras miradas nos dedicaban el primer de innumerables saludos. Nos saludamos, unos “qué tal, ¿te acuerdas de mí?” (era evidente que los dos nos acordábamos de ambos).
Miento. De hecho, una vez me sorprendiste. Una vez tuvimos una conversación de la que salí enormemente sorprendida de lo encantador que podías llegar a ser.
Y ahora nos encontrábamos en ese mar de personas, en un mar de emociones, en una niebla musical. En aquel éxtasis continuado de una noche de estrellas azules. En un pequeño concierto en el cual volvimos a creer en la magia del color azul. En concreto, de dos pequeños faros que llevaban guiando mi camino desde que aprendí a vivir gracias a ti.
Fue un jueves por la noche en el que Russian Red hizo que nos volviéramos a reunir después de tantos años. Yo acababa de salir de una relación de lo más rara que puede existir. Y, de repente, te vi con tu pelo que no dejaba ver tus encantadores ojos. Hacía unos meses que había empezado a pensar en ti. En concreto, desde que nos cruzamos por la calle el verano pasado (véase el texto que empieza “El típic dia d’estiu. Feia calor…”).
Nos acercamos lentamente el uno al otro mientras nuestras miradas nos dedicaban el primer de innumerables saludos. Nos saludamos, unos “qué tal, ¿te acuerdas de mí?” (era evidente que los dos nos acordábamos de ambos).
Unas miradas dijeron mucho más que unas horas de conversación al salir del concierto.
Dime donde y cuando, y allí estaré.
Escrit el febrer de l’11, un altre cop amb influència de Coldplay (sembla que siguin presents en els nostres moments artístics).
Esteu preparats pel millor estiu de les vostres vides...?